jueves, 26 de junio de 2014

Lectura re-producida


Ya son vacaciones y es tiempo de volver al blog. Una de las justificaciones para dejarlo abandonado es, obivamente, la escuela. Por alguna razón durante tiempos escolares no leo literatura a menos que sea parte de la clase, digamos que me contengo para no abandonar todo y colapsar en las historias. Quien ha ido a mi casa capitalina sabe que tengo más libros de literatura respecto a los de teoría social a cuyo estudio me he consagrado, la literatura es placer.

El semestre antepasado, por influencia directa de una clase, me inicie en la lectura de algunos del clásicos del teatro, específicamente Shakespeare. Leí seis obras del dramaturgo inglés y esa fue la puerta de entrada a este mundo, después, influenciado por Juan Villoro (¿quién más en mi vida literaria reciente?) decidí leer Egmont de Goethe. La principal motivación para hacerlo fue, además de la traducción y adaptación al teatro de Juan, el saber que en ésta obra Goethe compartió créditos con Bethoveen en el montaje, el segundo compuso la música para la obra del primero. Contrario a lo que podía esperarse, la obra fue un fracaso en los teatros de la época. Dos titanes fracasando juntos. Posteriormente Goethe dió la obra a Schiller, en ese entonces feroz crítico de aquel, para que la mejorará, lo que pasó y que se vió reflejeado teniendo un mayor exito en las marquesinas que la creación original, con el paso del tiempo la obra original ha sido retomada y presentada en teatros. Para el caso mexicano, la obra fue montada por la Compañia Nacional de Teatro.

Así, y de la mejor manera, doy comienzo a nuevas entradas en el blog. Escritos que no son necesariamente míos pero que son escritos que me sorprenden, que me impactan de tal manera que me interesa compartirlos. Parte fundamental del escribir es el leer. 

Por ello, reproduzco un pequeño fragmento de la obra mencionada:

Secretario: He vuelto a poner aquí la carta del Conde Oliva. Lo ama a usted como un padre.

Egmont: No tengo tiempo para contestarle. Entre todas las cosas odiosas, ninguna me parece peor que escribir. Ya que imitas tan bien mi letra, escríbele en mi nombre. Yo estoy esperando a Orange. Tranquiliza a Oliva. Desea mi felicidad y quiere que me cuide, sin comprender que quien sólo vive para cuidarse es hombre muerto.

Secretario: ¿Le escribo algo más?

Egmont: ¿Qué más debo decirle? Si quieres agregar palabras, es cosa tuya. Todo gira en torno a un solo punto:  me obligan a vivir como no me gusta. ¿Qué soy alegre, que tomo las cosas a la ligera, que vivo de prisa? ¡Esa es mi dicha! No cambio eso por la seguridad del cementerio.  No tengo en mis venas una sola gota de sangre que me haga vivir a la española. No quiero acomodar mis pasos a la nueva cadencia de la corte. ¿Acaso sólo vivo para pensar en la ida? ¿Debo renunciar al disfrute de este instante para asegurar que el siguiente exista? ¿Y luego arruinar ése con otros caprichos y preocupaciones? 

Secretario: Por favor, señor, le suplico que no sea tan severo con este buen hombre.  Con los demás usted es muy amable. Diga algunas palabras agradables que puedan tranquilizar  a ese noble amigo. Observe lo solícito que es, cómo trata de tocarlo.

Egmont: ¡Pero si siempre toca la misma nota! Sabe desde hace mucho cómo detesto  esos consejos que sólo confunden y no sirven para nada.  Si yo fuera un sonámbulo que caminara por el peligroso alero de una casa, ¿sería afectuoso prevenirme, gritar mi nombre para que despertara y me viniera abajo? Que cada quien siga su camino y se proteja a su manera.

Secretario: No le corresponde a usted preocuparse, pero sí a quien lo quiere y lo conoce.

Egmont: Si la mañana no nos despierta a nuevas alegrías, si por la noche no nos queda aliento para ilusionarnos, ¿tiene caso vestirse y desnudarse? ¿Acaso el sol brilla hoy para reflexionar  en lo que pasó ayer, para adivinar y ponderar lo que no se adivina ni pondera: el destino del día siguiente?  Ahórrame estas consideraciones, que los académicos y los cortesanos se hagan cargo de ellas. Que piensen y repiensen, que duden y mediten lo que puedan... Si piensas aprovechar algo de esto sin que tu carta se convierta en un libro, por mí, perfecto. Al buen viejo todo le parece demasiado importante. El amigo que nos ha tomado de la mano largo rato, la aprieta con más fuerza por última vez cuando desea soltarla. 

Secretario: Perdóneme,  pero al hombre que va a pie le da vértigo ver que otro pasa a toda velocidad en un carruaje.

Egmont: No sigas, inocente.  Los caballos solares del tiempo corren azotados por espíritus invisibles para arrastrar el ligero carro de nuestro destino. Lo único que podemos hacer nosotros es sostener las riendas con decisión para esquivar  las piedras del camino, a veces a la izquierda, a veces a la derecha. ¿Adónde va el carruaje? ¡Quién lo sabe, apenas sabemos de dónde viene!
Secretario: Que dios lo ampare.

Egmont: Recoge tus papeles. Orange ya está aquí. Despacha lo más urgente para que los mensajeros salgan antes de que cierren las puertas. Lo demás puede esperar. Deja para mañana la carta al conde Oliva.


Sale el secretario.

Orange Entra.

Bibliografía: 
 
Goethe, Wolfang (2009). Egmont,  Jus-Compañia Nacional deTeatro, Ciudad de México, México