sábado, 17 de agosto de 2013

La soledad en oleadas


Según la opinión popular la soledad es, aunque suene tautológico, estár solo, sin nadie que nos acompañe. A eso algunos agregan que la soledad no sólo es física sino también emocional, el carecer de alguien con quien hablar de tu día a día, y de lo excepcional también; estar sólo cuando se está acompañado, dijera el gran poeta Arjona.

Esas nociones de soledad siempre me habían parecido absolutas, se está solo o no se está, sé es o no se es. Pero hoy apredí que la soledad tiene escalas y diversas formas de presentarse, de comenzar. Puede llegar de golpe, de un momento a otro, con un rompimiento, con una mentira; o llegar gradualmente, casi sin ser sentida.

Las desgracias nunca llegan sola, pueden presentarse de manera aislada. Una muerte no termina con la vida de un amigo o familiar, trae consigo siempre un poco de soledad, que se acumula. Los recuerdos no parecen acercarnos a ellos sino acentuar su ausencia. Cuando se van los amigos y uno se queda tenemos la sensación de estar viviendo los últimos momentos, que la muerte es inminente.

La muerte abona a la soledad, resta un cuerpo pero suma recuerdos, ansiedad. El sentirse ajeno al ambiente crece con cada nueva ausencia. El no tener con quien comunicarse se hace más fuerte, el ensimismamiento crece. Se está vivo pero también se está solo, vamos quedando, existiendo rezagadamente.

jueves, 8 de agosto de 2013

¡Ahí vienen, ahí vienen!




P. llegó cansado. Me lo encontré en el baño, su voluminoso cuerpo destacaba entre las barreras que separan los mingitorios, me fui a la mesa y decidí ahí esperarlo. Venía de un velorio, el sobrino de Arnaldo había muerto asesinado; era inevitable no acudir a acompañarlo, después de ser su médico durante más de 20 años era la mínima atención que podía prodigarle.

A pesar de sus más 100 kilos P. no sufre de diabetes o hipertensión arterial, por lo menos de manera formal, diagnosticada; últimamente se ha levantado un poco mareado, se sienta y se le pasa, nada más. En contraparte, sufre de problemas en sus piernas y pies, desde sus años mozos le han dolido, no camina mucho y mucho menos de manera rápida. En sus piernas usa vendas para aminorar el dolor que le causan sus varices, de ahí que siempre use pantalón a pesar del extenuante calor de la costa.

La noche previa a las exequias no pudo dormir, sabía que los asesinatos en los velorios son algo común, el dolor llama dolor, se multiplica a sí mismo; estuvo hasta ya entrada la madrugada, pensando en que acompañar a su amigo era un riesgo latente y es que la violencia no respeta momentos y carencias, simplemente pasa. Después de rodar en la cama durante largo rato se durmió.
Debido al calor de la costa, los velorios se realizaban en el amplio patio de la casa doliente. 

  El cuerpo permanecía en la sala acompañado de su círculo más íntimo y aquellos que querían despedirse de él entraban en fila india siguiendo un riguroso orden: primero la viuda o madre del difunto, para después saludar a los hijos y hermanos y terminando con el compadre, en caso de que el difunto haya vivido lo suficiente como para agrandar la familia de esa forma. 

No se permanece con el cuerpo por largo tiempo, se debe esperar, acompañar, en el patio, ahí la vida se desarrolla respetando a la muerte su propio espacio, en el jardín se come, bebe, juega, platica y llora. Con el café va el piquete, para aguantar la noche, y el pan está siempre presente, el pozole se cuece con leña, arde toda la noche para estar listo en la mañana. Pero todo eso ha cambiado, la industria funeraria ya vende paquetes que incluyen pan y café, morirse se ha estandarizado.

Por lo que cuenta P. hay modos de actuar que resisten el paso del tiempo, se lleva en código genético; estando él dando el pésame a los familiares más cercanos del fallecido –Arnaldo estaba con el hermano- se escucharon sendos gritos de desesperación provenientes del exterior: 

-          ¡ahí vienen, ahí vienen!

 La gente corría sin rumbo, presa de la desesperación ante la amenaza, unos hombres bajaron de una camioneta con armas en las manos y asesinaron de 6 tiros a una muchacha en un velorio vecino.  Como llegaron se fueron, sin mediar palabra. La muerte se multiplico, ahí en su lugar creció.

 A pesar de su avanzada edad Laura sigue trabajando, no sabe hacer otra cosa. Se gana la vida desde los 14 años lavando ropa ajena, nació en uno de esos poblados que administrativamente pertenecen al municipio pero que en las distancias parecen tan lejanos. Llego a la familia hace más de 20 años, la hemos visto envejecer a la par que ella nos ha visto crecer; fue ella quien me enseño a preparar los huevos revueltos, su toque distintivo es la cebolla salteada. A diferencia de mí ella le hecha sal a los blanquillos.

A través de la ropa nos conoce, sabe quién suda más de lo debido, ha testificado los resultados de los diferentes tratamientos; conoce qué comió quien por las manchas en las playeras y camisas. Conoce bien los hábitos de la familia. A cambio de su secrecía es apoyada de distintas formas, se le surten las recetes en la farmacia familiar, recibe una despensa cada año y es beneficiaria de una dotación de café soluble cada tres meses. De una manera u otra estamos a mano. Es tanta la confianza acumulada que llaman a la casa preguntando por ella, saben qué días y a qué hora estará trabajando y llaman, hablan con ella rápidamente y regresa a su trabajo. A veces vienen a buscarla, como heraldos que llevan telegramas intercambian dos o tres palabras y se van.

El día de la tragedia estaba trabajando, llamaron a eso de las 11 de la mañana y fui yo quien contesto el teléfono, una voz agitada, casi gritando; pregunto por Doña Laura. La llame, tomo la bocina y después de asentir dos veces una mueca de dolor se dibujó en su cara, seguida de un grito que ahogo tapando su boca con la mano izquierda, habían asesinado a su nieto. Según me dijo la familia se había enterado por internet, una página que reporta los asesinatos del día había subido las fotos menos explicitas del cadáver, el sobrino de doce años lo reconoció en Facebook.

Juan, el difunto de apenas 21 años; había salido de su casa en una colonia popular de la ciudad a comprar un pantalón corto en el mercado de ropa usada que se instala en el acceso a la colonia los días sábado. En la noche no llego a dormir y todos pensaron que había se había emborrachado  con algunos amigos y que prefirió quedarse en casa de algunos de ellos a salir en la noche de regreso a su casa, en realidad fue asesinado de cuatro disparos a las 4 de la tarde del mismo sábado. 

El familiar que lo reconoció mediante el perfil de Facebook dio aviso a su ti Gabriel, apenas dos años mayor que el acaecido, de la sospecha de que el muerto fuera el ausente Juan. Llamaron a doña Laura para ir a reconocer el cuerpo a la morgue. Los trámites para recibir el cuerpo llevaron más de diez horas, tiempo suficiente para que el padre residente de Chicago diera aviso al pueblo originario de la familia, a 6 horas de donde actualmente vive el grueso de la familia.

La pobreza es tanta que fueron y vinieron al pueblo en la ambulancia de traslados. Gabriel, doña Laura y Jimena –hija de Laura, madre del fallecido y hermana del primero- viajaron durante once horas sin probar bocado, descansando solo el tiempo necesario para procesar los trámites de entrega – recepción del cuerpo. No hubo funeral multitudinario, no llego el chile frito o los amigos de la infancia. Era voluntad del padre que el hijo fuera enterrado ahí.
Es sábado y Laura está lavando.